La verdadera espiritualidad es aquella que produce en el ser humano una transformación interior
HÉCTOR EDUARDO LUGO GARCÍA (SACERDOTE FRANCISCANO) | Al comenzar estas reflexiones, quisiera invitar al lector a llevar a cabo un ejercicio de interpretación. Podemos correr el peligro de entender la espiritualidad con muchas ideas, pero sin cambios desde dentro y sin transformación interior; y la religión, con muchas doctrinas, pero sin transformación permanente. Por esta razón, propongo varias preguntas.
I. UN EJERCICIO DE INTERPRETACIÓN
¿Qué es la espiritualidad?
En todos los medios y en todos los ambientes (incluso en los no religiosos) hablamos de espiritualidad. La espiritualidad hace parte de las búsquedas humanas, como nos lo recuerda Leonardo Boff en su libro Espiritualidad. Un camino de transformación (Sal Terrae, 2002).
Son variados los temas que interesan a la humanidad ante el vacío que experimentamos viviendo desde fuera. Lo que cuenta es vivir en la corteza de la vida y no en el corazón de la misma.
Unos dicen que la espiritualidad se refiere al mundo de las convicciones; otros, que hace referencia a los valores del ser humano; otros viven una espiritualidad que ni los transforma ni les ayuda a transformar a los demás.
Hay espiritualidades sin religión y religiones sin espiritualidad. Encontramos, incluso, espiritualidades sin ética ni moral.
Precisemos: creo que la verdadera espiritualidad es aquella que produce en el ser humano una transformación interior. Por lo tanto, si la espiritualidad que tienes y manejas no te transforma interiormente, es todo menos espiritualidad. Espiritualidad es aquello que te transforma desde tus circunstancias y tu cultura; desde tu propia historia y tu entorno familiar, social, político y cultural.
Si bien es cierto que estamos en una época de cambio y no en unos cambios de época, no estamos trabajando para transformarnos desde dentro dándole un nuevo sentido a la vida. Todo se transforma, pero nosotros no vivimos experiencias espirituales transformadoras, que nos lleven a tener nuevas actitudes y a recorrer nuevos senderos.
¿Qué diferencia a la espiritualidad de la religión? ¿Es posible aproximarlas?
Por lo general, espiritualidad significa tener convicciones; poseer valores y buenos comportamientos. Algunas veces, también significa tener un gran sentido humano de cercanía y de acogida; de meditación, y contar con ciertas experiencias místicas.
Por su parte, religión significa, por lo general, creer en un ser superior; aceptar la trascendencia; acoger doctrinas, ideas y enseñanzas, así como instituciones, jerarquías, ritos y celebraciones. A su vez, está vinculada a la salvación, y quien profesa una religión, normalmente, participa en catequesis y actos cultuales.
A veces, las religiones olvidan la espiritualidad al centrarse en las doctrinas, en los grandes edificios teológicos y en las organizaciones y estructuras. Y, a veces, las espiritualidades olvidan la presencia y la acción de Dios en el hombre, el servicio a los más débiles y la construcción de la comunidad y de la fraternidad.
Sin embargo, creo que debemos verlas integralmente, a partir de las cualidades interiores del ser humano, es decir, en relación con la capacidad de amar, de perdonar, de incluir, de comunicarse y de dialogar. Porque la espiritualidad y la religión también están vinculadas a acercarse y vivir la compasión, la búsqueda de la paz y la felicidad.
Si nos concentramos en una espiritualidad para este cambio de época y para estos momentos en los cuales lo que vale es lo exterior, la espiritualidad debe ser transformadora; debe llevarnos a que cada uno de nosotros siembre esperanza, consuele a los afligidos, escuche a los que están solos y abrace lo doloroso de la vida.
Si estas actitudes no transforman, en definitiva, no seremos hombres y mujeres espirituales para el mundo de hoy.
Si hablamos de espiritualidad, necesitamos saber que se trata de transformar el corazón y la mente. Necesitamos entender que ser espiritual hoy tiene que ver con hacer un camino hacia el encuentro con Jesucristo, un encuentro que nos lleve a un profundo cambio interior frente a la apuesta por lo externo de las sociedades actuales.
No se es espiritual porque se lean muchos libros sobre el silencio, la sinceridad y la superación personal.
No se es espiritual porque se viva en una cierta soledad o porque se valore y aprecie la poesía, la música y la literatura.
No se es espiritual porque sepamos sonreír o porque miremos y escuchemos con ternura.
Somos espirituales a partir del encuentro con Jesucristo, pues nos transformamos desde dentro y transformamos nuestras actitudes, adquiriendo un nuevo sentido para nuestras vidas. Somos espirituales si nos transformamos y practicamos unas nuevas maneras de vivir la entrega, el coraje, el perdón y la reconciliación.
¿En qué consiste el cambio interior?
Para los cristianos y católicos, en una verdadera conversión desde el corazón; pero una conversión que trae consigo una transformación espiritual, que no se queda en el corazón, sino que desencadena una verdadera red de transformaciones en la comunidad, en la sociedad, en la familia, en la escuela, el trabajo y la universidad.
Para nosotros, ser espirituales consiste en vivir y revivir la experiencia de Jesús. Si vivimos esta experiencia, la religión se transformará en camino espiritual que, a su vez, transforma nuestra interioridad.
No tengo otra respuesta en este cambio de lógicas que vivimos hoy, sino la siguiente: la mejor espiritualidad es la que te hace mejor. “Y cuál me hace mejor”, le preguntaba un joven a su maestro.
La que te haga más compasivo y más fraterno; la que te haga más sensible, responsable y amoroso; la que te haga incluyente, dialogante y cercano; la que te haga abrazar lo doloroso de la vida, para ser más servicial. En fin, la que te haga crecer en el perdón, en la capacidad de acoger a todos para que nadie quede excluido de tu mundo.
En una palabra, la espiritualidad tiene que ver con una experiencia y no con ideas ni con códigos; tiene que ver con la vida, no con dogmas ni doctrinas.
La espiritualidad es la fuente y las doctrinas son los cauces. Por eso necesitamos olvidar varios edificios religiosos y construir el edificio de la espiritualidad evangélica. Aquí es en donde se cumple aquella visión del artista: “Cuando pinto un pájaro, no pinto las alas, pinto el vuelo”.
Por todo lo anterior, constatamos que la espiritualidad no es propiedad de una religión, ni de algunos caminos espirituales, ni de sus grandes fundadores. La espiritualidad es propiedad de cada ser humano, porque desde ella desarrollamos la capacidad de dialogar, de escuchar, de acoger, de comunicarnos y de incluir, en la medida en que cada una de estas capacidades nos transforme.
Así pues, la verdadera espiritualidad se manifiesta en saber sacrificar el propio tiempo para atender al otro; en saber entregarle nuestras energías cuando nos necesita; en saber estar allí y en saber estar presente; en saber decir “aquí estoy, cuenta conmigo”; y, por supuesto, en saber entender su mundo sin imponerle el nuestro. Quien sabe entregarse es un ser profundamente espiritual.
¿La sociedad de consumo está en contra de la espiritualidad?
La sociedad de consumo vive fascinada con las apariencias, con la belleza del cuerpo humano y su exhibición; vive obsesionada con el estatus, el tener, el dominar y el poseer.
La sociedad de consumo no nos da espacios para reflexionar, pues quiere que primero actuemos y luego pensemos: primero comprar y luego saber para qué comprar. La sociedad de consumo busca perturbarnos, ocuparnos, invadir nuestro interior, invadirlo todo; es una forma nueva de hacernos esclavos. Por eso, el sistema económico de hoy no quiere individuos que piensen críticamente, sino que compren impulsivamente; no nos permite espacios para la interioridad.
Pero entonces, ante todo lo anterior, ¿será que avanzamos hacia un nuevo modelo de religión y de religiones? ¿O avanzamos, quizás, hacia una nueva vivencia de la espiritualidad y de las espiritualidades?
¿Estamos instalados en unos modelos espirituales que poco o nada responden al desarrollo y a las mentalidades del hombre y de la mujer de hoy? Porque, sin duda alguna, la actual ostentación de la indiferencia religiosa y del ateísmo práctico antropocéntrico, que marginan la fe como algo sin consistencia en el seno de las culturas científico-técnicas, también son fenómenos que nos desafían para la elaboración de nuevas respuestas espirituales.
¿Una espiritualidad para el cambio de época?
Vivimos un profundo cambio de paradigmas. Este es evidente, especialmente, entre los jóvenes. Estamos enmarcados en una visión del mundo sin referentes espirituales o, lo que es peor, sin un nuevo sentido de la espiritualidad. Como fruto de este cambio de época, atravesamos por una revolución de las mentalidades, que crea un nuevo tipo de culturas y un nuevo tipo de espiritualidad.
Por esto, propongamos una espiritualidad en el marco de este cambio de época; una espiritualidad que parta de lo cotidiano, de lo existencial y de lo concreto; una espiritualidad desde las nuevas sensibilidades de los jóvenes; una espiritualidad que aparezca como una manera de ser y como un proyecto de vida.
Porque el asunto aquí es que no podemos dejarnos atrapar por algunas propuestas seudoespirituales que atacan los enfoques integrales de una nueva espiritualidad en pleno cambio de época, razón por la cual, a decir de Edgar Morin, “es muy diciente que no nos preocupemos por hacer conocer lo que hay que conocer”[1].
Es preocupante que no estemos alerta ante las propuestas deshumanizantes de algunas escuelas erráticas de pensamiento espiritual. Basta observar cómo algunas espiritualidades estáticas han servido más al proyecto “dia-bólico” de separar y romper, que al proyecto “sym-bólico” de reunirnos y encontrarnos para transformarnos.
Creo, entonces, que debemos arriesgarnos a explorar la espiritualidad transformadora que nos propone la cultura emergente. Como decía Ernesto Sábato:
Solo hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad y es no resignarnos.
La mayoría de las veces nos contentamos con buscar espiritualidades sabiendo que lo que necesitamos es ser espirituales. Sin embargo, la espiritualidad en este cambio de época no renacerá de las ciencias, sino de la conciencia.
La espiritualidad será vital para este cambio de época si es camino y no solamente ideas. Esto significa que necesitamos espiritualidades abiertas a la transformación interior, pasando de la retórica a la mirada; de la competencia a la convivencia y de la resistencia a la presencia.
Elaboremos una espiritualidad que se fundamente en tres bases:
- El respeto al otro.
- El abrirse al otro.
- El saber promover al otro.
Así, tendremos una espiritualidad en movimiento y una espiritualidad de puertas abiertas, frente a ciertas espiritualidades oxidadas. Pero, atención, una espiritualidad transformadora no es indiferente a la problemática social y a los conflictos familiares, políticos, culturales y económicos de la cotidianidad.
Una espiritualidad transformadora no está ausente de la alegría, de la verdadera felicidad y de un verdadero sentido del humor.
Una espiritualidad desde la presencia y la mirada
Para nosotros, como hombres y mujeres, todo es presencia: presencia frente a las personas y presencia frente a las culturas, ya que la presencia crea la actitud de acoger sin retener.
Y esta comprensión de la presencia nos ha de llevar a interesarnos por una espiritualidad que nos invite a salir en todas las direcciones; una espiritualidad que nos lleve al encuentro de las otras generaciones con sus culturas, sus mentalidades y sus sensibilidades.
Además, si proponemos una espiritualidad desde la presencia, necesariamente hemos de hacerlo también desde la mirada, porque la mirada juega un papel fundamental en nuestras relaciones, ya que nos descubre o nos encubre, nos acerca o nos separa. Definitivamente, cada uno es lo que mira. Hay mucha palabra y poca mirada, razón por la cual hemos de optar por los nuevos lenguajes, que nos conducen a una espiritualidad que transforma nuestra misma mirada.
Espiritualidad para los lenguajes de las nuevas tecnologías
Puesto que los lenguajes de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) han creado un nuevo modo de pensar, de estar en el mundo y de vivir es desde ellos desde donde también hemos de hacer una propuesta espiritual, porque cabe preguntarnos si los nuevos lenguajes son muros o son puentes para la construcción de una nueva espiritualidad.
Basta observar cómo las personas enmarcadas en las nuevas tecnologías, y muy especialmente las generaciones digitales, están ante un nuevo modelo de civilización, en donde los líderes de la tecnología se encuentran enfrentados a los líderes espirituales.
Por esto, con las nuevas generaciones, el lenguaje cibernético ha cambiado las reglas de juego, ya que, al no haber privacidad, se pretende manipular la interioridad. A fin de cuentas, vivimos en una sociedad con más espacios de ruptura y de fractura que de encuentro, razón por la cual necesitamos proponer una espiritualidad que busque unidad y reconcilie diferencias.
Evangelii Gaudium
93. La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos: “¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os glorificáis unos a otros y no os preocupáis por la gloria que solo viene de Dios?” (Jn 5, 44). Es un modo sutil de buscar “sus propios intereses y no los de Cristo Jesús” (Flp 2, 21) Toma muchas formas, de acuerdo con el tipo de personas y con los estamentos en los que se enquista. Por estar relacionada con el cuidado de la apariencia, no siempre se conecta con pecados públicos, por fuera de todo parece correcto. Pero, si invadiera la Iglesia, “sería infinitamente más desastrosa que cualquiera otra mundanidad simplemente moral” (Henry de Lubac, Méditation sur l’Église, París, 1968, p. 231).
97. Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia. Ha replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su inmanencia y sus intereses y, como consecuencia de esto, no aprende de sus pecados ni está auténticamente abierto al perdón. Es una tremenda corrupción con apariencia de bien. Hay que evitarla poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres. ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una “apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!”.
La verdadera espiritualidad es aquella que produce en el ser humano una transformación interior
HÉCTOR EDUARDO LUGO GARCÍA (SACERDOTE FRANCISCANO) | Al comenzar estas reflexiones, quisiera invitar al lector a llevar a cabo un ejercicio de interpretación. Podemos correr el peligro de entender la espiritualidad con muchas ideas, pero sin cambios desde dentro y sin transformación interior; y la religión, con muchas doctrinas, pero sin transformación permanente. Por esta razón, propongo varias preguntas.
I. UN EJERCICIO DE INTERPRETACIÓN
¿Qué es la espiritualidad?
En todos los medios y en todos los ambientes (incluso en los no religiosos) hablamos de espiritualidad. La espiritualidad hace parte de las búsquedas humanas, como nos lo recuerda Leonardo Boff en su libro Espiritualidad. Un camino de transformación (Sal Terrae, 2002).
Son variados los temas que interesan a la humanidad ante el vacío que experimentamos viviendo desde fuera. Lo que cuenta es vivir en la corteza de la vida y no en el corazón de la misma.
Unos dicen que la espiritualidad se refiere al mundo de las convicciones; otros, que hace referencia a los valores del ser humano; otros viven una espiritualidad que ni los transforma ni les ayuda a transformar a los demás.
Hay espiritualidades sin religión y religiones sin espiritualidad. Encontramos, incluso, espiritualidades sin ética ni moral.
Precisemos: creo que la verdadera espiritualidad es aquella que produce en el ser humano una transformación interior. Por lo tanto, si la espiritualidad que tienes y manejas no te transforma interiormente, es todo menos espiritualidad. Espiritualidad es aquello que te transforma desde tus circunstancias y tu cultura; desde tu propia historia y tu entorno familiar, social, político y cultural.
Si bien es cierto que estamos en una época de cambio y no en unos cambios de época, no estamos trabajando para transformarnos desde dentro dándole un nuevo sentido a la vida. Todo se transforma, pero nosotros no vivimos experiencias espirituales transformadoras, que nos lleven a tener nuevas actitudes y a recorrer nuevos senderos.
¿Qué diferencia a la espiritualidad de la religión? ¿Es posible aproximarlas?
Por lo general, espiritualidad significa tener convicciones; poseer valores y buenos comportamientos. Algunas veces, también significa tener un gran sentido humano de cercanía y de acogida; de meditación, y contar con ciertas experiencias místicas.
Por su parte, religión significa, por lo general, creer en un ser superior; aceptar la trascendencia; acoger doctrinas, ideas y enseñanzas, así como instituciones, jerarquías, ritos y celebraciones. A su vez, está vinculada a la salvación, y quien profesa una religión, normalmente, participa en catequesis y actos cultuales.
A veces, las religiones olvidan la espiritualidad al centrarse en las doctrinas, en los grandes edificios teológicos y en las organizaciones y estructuras. Y, a veces, las espiritualidades olvidan la presencia y la acción de Dios en el hombre, el servicio a los más débiles y la construcción de la comunidad y de la fraternidad.
Sin embargo, creo que debemos verlas integralmente, a partir de las cualidades interiores del ser humano, es decir, en relación con la capacidad de amar, de perdonar, de incluir, de comunicarse y de dialogar. Porque la espiritualidad y la religión también están vinculadas a acercarse y vivir la compasión, la búsqueda de la paz y la felicidad.
Si nos concentramos en una espiritualidad para este cambio de época y para estos momentos en los cuales lo que vale es lo exterior, la espiritualidad debe ser transformadora; debe llevarnos a que cada uno de nosotros siembre esperanza, consuele a los afligidos, escuche a los que están solos y abrace lo doloroso de la vida.
Si estas actitudes no transforman, en definitiva, no seremos hombres y mujeres espirituales para el mundo de hoy.
Si hablamos de espiritualidad, necesitamos saber que se trata de transformar el corazón y la mente. Necesitamos entender que ser espiritual hoy tiene que ver con hacer un camino hacia el encuentro con Jesucristo, un encuentro que nos lleve a un profundo cambio interior frente a la apuesta por lo externo de las sociedades actuales.
No se es espiritual porque se lean muchos libros sobre el silencio, la sinceridad y la superación personal.
No se es espiritual porque se viva en una cierta soledad o porque se valore y aprecie la poesía, la música y la literatura.
No se es espiritual porque sepamos sonreír o porque miremos y escuchemos con ternura.
Somos espirituales a partir del encuentro con Jesucristo, pues nos transformamos desde dentro y transformamos nuestras actitudes, adquiriendo un nuevo sentido para nuestras vidas. Somos espirituales si nos transformamos y practicamos unas nuevas maneras de vivir la entrega, el coraje, el perdón y la reconciliación.
¿En qué consiste el cambio interior?
Para los cristianos y católicos, en una verdadera conversión desde el corazón; pero una conversión que trae consigo una transformación espiritual, que no se queda en el corazón, sino que desencadena una verdadera red de transformaciones en la comunidad, en la sociedad, en la familia, en la escuela, el trabajo y la universidad.
Para nosotros, ser espirituales consiste en vivir y revivir la experiencia de Jesús. Si vivimos esta experiencia, la religión se transformará en camino espiritual que, a su vez, transforma nuestra interioridad.
No tengo otra respuesta en este cambio de lógicas que vivimos hoy, sino la siguiente: la mejor espiritualidad es la que te hace mejor. “Y cuál me hace mejor”, le preguntaba un joven a su maestro.
La que te haga más compasivo y más fraterno; la que te haga más sensible, responsable y amoroso; la que te haga incluyente, dialogante y cercano; la que te haga abrazar lo doloroso de la vida, para ser más servicial. En fin, la que te haga crecer en el perdón, en la capacidad de acoger a todos para que nadie quede excluido de tu mundo.
En una palabra, la espiritualidad tiene que ver con una experiencia y no con ideas ni con códigos; tiene que ver con la vida, no con dogmas ni doctrinas.
La espiritualidad es la fuente y las doctrinas son los cauces. Por eso necesitamos olvidar varios edificios religiosos y construir el edificio de la espiritualidad evangélica. Aquí es en donde se cumple aquella visión del artista: “Cuando pinto un pájaro, no pinto las alas, pinto el vuelo”.
Por todo lo anterior, constatamos que la espiritualidad no es propiedad de una religión, ni de algunos caminos espirituales, ni de sus grandes fundadores. La espiritualidad es propiedad de cada ser humano, porque desde ella desarrollamos la capacidad de dialogar, de escuchar, de acoger, de comunicarnos y de incluir, en la medida en que cada una de estas capacidades nos transforme.
Así pues, la verdadera espiritualidad se manifiesta en saber sacrificar el propio tiempo para atender al otro; en saber entregarle nuestras energías cuando nos necesita; en saber estar allí y en saber estar presente; en saber decir “aquí estoy, cuenta conmigo”; y, por supuesto, en saber entender su mundo sin imponerle el nuestro. Quien sabe entregarse es un ser profundamente espiritual.
¿La sociedad de consumo está en contra de la espiritualidad?
La sociedad de consumo vive fascinada con las apariencias, con la belleza del cuerpo humano y su exhibición; vive obsesionada con el estatus, el tener, el dominar y el poseer.
La sociedad de consumo no nos da espacios para reflexionar, pues quiere que primero actuemos y luego pensemos: primero comprar y luego saber para qué comprar. La sociedad de consumo busca perturbarnos, ocuparnos, invadir nuestro interior, invadirlo todo; es una forma nueva de hacernos esclavos. Por eso, el sistema económico de hoy no quiere individuos que piensen críticamente, sino que compren impulsivamente; no nos permite espacios para la interioridad.
Pero entonces, ante todo lo anterior, ¿será que avanzamos hacia un nuevo modelo de religión y de religiones? ¿O avanzamos, quizás, hacia una nueva vivencia de la espiritualidad y de las espiritualidades?
¿Estamos instalados en unos modelos espirituales que poco o nada responden al desarrollo y a las mentalidades del hombre y de la mujer de hoy? Porque, sin duda alguna, la actual ostentación de la indiferencia religiosa y del ateísmo práctico antropocéntrico, que marginan la fe como algo sin consistencia en el seno de las culturas científico-técnicas, también son fenómenos que nos desafían para la elaboración de nuevas respuestas espirituales.
¿Una espiritualidad para el cambio de época?
Vivimos un profundo cambio de paradigmas. Este es evidente, especialmente, entre los jóvenes. Estamos enmarcados en una visión del mundo sin referentes espirituales o, lo que es peor, sin un nuevo sentido de la espiritualidad. Como fruto de este cambio de época, atravesamos por una revolución de las mentalidades, que crea un nuevo tipo de culturas y un nuevo tipo de espiritualidad.
Por esto, propongamos una espiritualidad en el marco de este cambio de época; una espiritualidad que parta de lo cotidiano, de lo existencial y de lo concreto; una espiritualidad desde las nuevas sensibilidades de los jóvenes; una espiritualidad que aparezca como una manera de ser y como un proyecto de vida.
Porque el asunto aquí es que no podemos dejarnos atrapar por algunas propuestas seudoespirituales que atacan los enfoques integrales de una nueva espiritualidad en pleno cambio de época, razón por la cual, a decir de Edgar Morin, “es muy diciente que no nos preocupemos por hacer conocer lo que hay que conocer”[1].
Es preocupante que no estemos alerta ante las propuestas deshumanizantes de algunas escuelas erráticas de pensamiento espiritual. Basta observar cómo algunas espiritualidades estáticas han servido más al proyecto “dia-bólico” de separar y romper, que al proyecto “sym-bólico” de reunirnos y encontrarnos para transformarnos.
Creo, entonces, que debemos arriesgarnos a explorar la espiritualidad transformadora que nos propone la cultura emergente. Como decía Ernesto Sábato:
Solo hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad y es no resignarnos.
La mayoría de las veces nos contentamos con buscar espiritualidades sabiendo que lo que necesitamos es ser espirituales. Sin embargo, la espiritualidad en este cambio de época no renacerá de las ciencias, sino de la conciencia.
La espiritualidad será vital para este cambio de época si es camino y no solamente ideas. Esto significa que necesitamos espiritualidades abiertas a la transformación interior, pasando de la retórica a la mirada; de la competencia a la convivencia y de la resistencia a la presencia.
Elaboremos una espiritualidad que se fundamente en tres bases:
- El respeto al otro.
- El abrirse al otro.
- El saber promover al otro.
Así, tendremos una espiritualidad en movimiento y una espiritualidad de puertas abiertas, frente a ciertas espiritualidades oxidadas. Pero, atención, una espiritualidad transformadora no es indiferente a la problemática social y a los conflictos familiares, políticos, culturales y económicos de la cotidianidad.
Una espiritualidad transformadora no está ausente de la alegría, de la verdadera felicidad y de un verdadero sentido del humor.
Una espiritualidad desde la presencia y la mirada
Para nosotros, como hombres y mujeres, todo es presencia: presencia frente a las personas y presencia frente a las culturas, ya que la presencia crea la actitud de acoger sin retener.
Y esta comprensión de la presencia nos ha de llevar a interesarnos por una espiritualidad que nos invite a salir en todas las direcciones; una espiritualidad que nos lleve al encuentro de las otras generaciones con sus culturas, sus mentalidades y sus sensibilidades.
Además, si proponemos una espiritualidad desde la presencia, necesariamente hemos de hacerlo también desde la mirada, porque la mirada juega un papel fundamental en nuestras relaciones, ya que nos descubre o nos encubre, nos acerca o nos separa. Definitivamente, cada uno es lo que mira. Hay mucha palabra y poca mirada, razón por la cual hemos de optar por los nuevos lenguajes, que nos conducen a una espiritualidad que transforma nuestra misma mirada.
Espiritualidad para los lenguajes de las nuevas tecnologías
Puesto que los lenguajes de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) han creado un nuevo modo de pensar, de estar en el mundo y de vivir es desde ellos desde donde también hemos de hacer una propuesta espiritual, porque cabe preguntarnos si los nuevos lenguajes son muros o son puentes para la construcción de una nueva espiritualidad.
Basta observar cómo las personas enmarcadas en las nuevas tecnologías, y muy especialmente las generaciones digitales, están ante un nuevo modelo de civilización, en donde los líderes de la tecnología se encuentran enfrentados a los líderes espirituales.
Por esto, con las nuevas generaciones, el lenguaje cibernético ha cambiado las reglas de juego, ya que, al no haber privacidad, se pretende manipular la interioridad. A fin de cuentas, vivimos en una sociedad con más espacios de ruptura y de fractura que de encuentro, razón por la cual necesitamos proponer una espiritualidad que busque unidad y reconcilie diferencias.
Evangelii Gaudium
93. La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos: “¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os glorificáis unos a otros y no os preocupáis por la gloria que solo viene de Dios?” (Jn 5, 44). Es un modo sutil de buscar “sus propios intereses y no los de Cristo Jesús” (Flp 2, 21) Toma muchas formas, de acuerdo con el tipo de personas y con los estamentos en los que se enquista. Por estar relacionada con el cuidado de la apariencia, no siempre se conecta con pecados públicos, por fuera de todo parece correcto. Pero, si invadiera la Iglesia, “sería infinitamente más desastrosa que cualquiera otra mundanidad simplemente moral” (Henry de Lubac, Méditation sur l’Église, París, 1968, p. 231).
97. Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia. Ha replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su inmanencia y sus intereses y, como consecuencia de esto, no aprende de sus pecados ni está auténticamente abierto al perdón. Es una tremenda corrupción con apariencia de bien. Hay que evitarla poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres. ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una “apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!”.
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